Actitudes, intenciones y acciones emprendedoras

Una actitud es una disposición mental que repercute en la forma en que una persona responde ante una situación dada y tiene un papel motivacional de impulsión y orientación a la acción. Pero no es la acción. A su vez, las intenciones consisten en la predisposición para realizar una conducta particular. Las actitudes influyen sobre las intenciones, y estas, a su vez, sobre los comportamientos de los sujetos.

Pero ni las actitudes explican las intenciones, ni estas explican los comportamientos. Esto es debido a que existen otros factores que actúan concomitantemente, pudiendo atenuar, neutralizar o incluso revertir su potencial incidencia. Puedo, por ejemplo, tener la intención de emprender, pero encontrarme en una situación en la que carezco del capital suficiente para hacerlo. Esto haría que el comportamiento resultante no sea determinado por la intención, sino por el contexto.

Hoy en día se está haciendo mucho énfasis en el estímulo del emprendimiento. Para ello se trabaja en fomentar el cambio de actitudes, así como en otros factores que también inciden en la decisión de las personas de emprender. Una política eficaz y eficiente en este sentido tiene que partir de una comprensión clara de cuáles son las variables clave que realmente inciden en el proceso y la forma en que efectivamente lo hacen.

En este artículo analizaremos algunas de estas variables. En primer lugar, consideraremos dos actitudes: el miedo a fracasar y la autopercepción de capacidades para emprender. Veremos, asimismo, las intenciones para emprender y el desempeño emprendedor efectivo.

El miedo a fracasar

El miedo a fracasar es una actitud que típicamente se asocia a la mayor o menor actividad emprendedora. Se razona: si una persona tiene menos miedo de fracasar, estará más predispuesta a emprender. Veamos la evidencia disponible en Uruguay gracias a la información del Global Entrepreneurship Monitor[1]. A efectos de cuantificar las actitudes de las personas, en la encuesta anual del GEM se formula a todos los encuestados —sean o no emprendedores— la siguiente pregunta: “¿El miedo a fracasar lo/la disuadiría de iniciar un nuevo negocio?”. Nosotros consideraremos aquí la variable inversa, esto es, el porcentaje de la población que no tiene miedo a fracasar.

La autopercepción de capacidades

Otra cuestión relevante es si la persona considera que posee las capacidades que se requieren para emprender. A efectos de cuantificar la autopercepción que las personas tienen de sí mismas se formula la siguiente pregunta: “¿Considera que tiene los conocimientos, habilidades y destrezas que se requieren para emprender?”.

Intención de emprender

La intención de emprender de las personas se mide en el GEM a través de la pregunta: “¿Tiene usted la intención, solo o con otros, de iniciar un nuevo negocio, incluido cualquier tipo de autoempleo, dentro de los próximos tres años?”.

Actividad emprendedora

Uno de los indicadores más usados por el GEM para medir la actividad emprendedora es la Tasa de Actividad Emprendedora (TEA por sus siglas en inglés). La TEA mide todas las iniciativas emprendedoras de menos de tres años y medio que existen en un mercado. En el gráfico se representan las cuatro variables expuestas.

¿Qué variables afectan la tasa de emprendimientos y cómo se relacionan? Acercamos los resultados del Global Entrepreneurship Monitor Uruguay.

Una primera constatación es que alrededor del 60% de la población considera que tiene las capacidades para emprender. Un porcentaje un poco mayor manifiesta que el temor al fracaso no es un factor que lo esté frenando para emprender.

Otro resultado importante es que quienes no tienen miedo son cada vez menos desde 2013. En ese período el porcentaje bajó más de ocho puntos. La cantidad de personas que se consideran capacitadas para emprender se ha mantenido bastante estable, aunque ha declinado ligeramente.

Cuando pasamos de las actitudes a las intenciones, las tasas se desploman. Quienes tenían intenciones de emprender en el futuro eran menos del 15 % de la población en 2006. Hubo un salto muy importante de 2009 a 2010 y luego una caída tras la cual la tasa se ha mantenido por debajo del 30 %.

Todo esto termina en comportamientos efectivos. Y las tasas son aún más bajas. Solo se superó el 15% en 2014.

En términos de objetivos de política, es posible fijarse la meta de reducir las “pérdidas” en el sistema. Un sistema eficiente, por ejemplo, debería lograr que un alto porcentaje de la población se considere preparada para emprender. Confiada en esas capacidades, no debería sentir el miedo al fracaso como un impedimento para emprender. Ese objetivo parece alcanzado. Luego, una persona que se siente capacitada y que no tiene miedo, se siente motivada a emprender, esto es, del poder al querer. Las actitudes emprendedoras se traducen en intenciones emprendedoras solo para la mitad. Por último, quienes manifiestan la intención la concretan, del querer al hacer. De vuelta, solo la mitad de quienes tienen intenciones emprendedoras pasan a la acción.

Así enfocado el problema, una política emprendedora debería identificar las filtraciones y sellarlas. En próximas entregas veremos cómo el problema radica en otras actitudes que están ejerciendo un efecto contrario, así como factores que a nivel personal y de entorno inhiben los comportamientos deseados.


[1]     El Global Entrepreneurship Monitor es un proyecto mundial que mide la actividad emprendedora en cada país. En Uruguay esta información es recopilada y procesada por el IEEM con el apoyo de la Agencia Nacional de Desarrollo (ANDE).